Magisterio, experiencia y lucidez
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(Artículo publicado el 6 de abril de 2008 en EL CORREO GALLEGO, por Xurxo Fernández)
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La última novela de Julio Murillo se llama Shangri-la. La cruz bajo la Antártida, y la ha publicado Martínez Roca. Es el último Premio Alfonso X el Sabio, que se otorga todos los años en Toledo.
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Hace varios años, Julio quedó finalista en esa misma convocatoria con Las lágrimas de Karseb. Ese libro fue una revelación. Volvía a demostrarse de forma inequívoca que, en la actualidad, y pese a la masificación de la información (o, precisamente por eso), es fácil que un maestro de las letras pase desapercibido. De hecho, y poco antes de ese descubrimiento, había ocurrido otro semejante en Sicilia. En ese caso, el protagonista era un veterano secretario de ayuntamiento que había atesorado cuatro o cinco manuscritos cruciales en un cajón de sus escritorio. El descubridor era Leonardo Sciascia, que había reparado en la calidad literaria de un programa de fiestas populares. Las novelas se llamarían Perorata del apestado, Las mentiras de la noche y Argos y el fotógrafo ciego. El autor en cuestión superaba los sesenta y cinco años y se llamaba Gesualdo Bufalino.
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Lo decíamos entonces y lo repetimos ahora: todas las novelas históricas deberían escribirse exactamente así, como las del constructor de este prodigioso Shangri-la, ocurran en la Constantinopla de 1453 o en la actualidad (con referencias a otros tiempos). Julio Murillo hace un relato tenebroso. El planteamiento es casi típico de una novela de subgénero. Y digo casi porque podría recordar a algún que otro best-seller de trama nazi.
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La sorpresa pronto nos transfigurará, cambiando todas las expectativas iniciales. Los diálogos son magistrales, la acción es trepidante, pero no como en las películas de Steven Seagal, sino como en una Anábasis de Jenofonte o en un El corazón de las tinieblas de Conrad. Es violenta, con esos extremos que se producen cuando el ser humano encuentra, despavorido, la parte no sólo más sórdida, sino la más malvada de la condición humana. En el mundo que nos describe el autor, nos encontramos con algunos personajes que nos resultan inquietantemente familiares. Algunos siguen practivando un antiguo ritual heredado de la tradición de los Nibelungos. Eso, en sí mismo, no tendría ninguna importancia, si no fuera porque era el mismo que practicaba Adolf Hitler. Se respira el aroma a sangre de Thule, de Vril, de la espiritualidad del satanismo más despiadado.
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Pero la sensación de realidad es aplastante. Se nos está hablando de un gobierno mundial en la sombra. De algo muy semejante a lo que sería el Club Bilderberg de Kissinger, Rumsfeld, Soros o Rockefeller. Un grupo que cuenta con personas clave en los medios de comunicación (alguno de los Centinelas de The Guardian) y que se preocuparán de mantener a buen recaudo cualquier información que resulte peligrosa al grupo.
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Si el desarrollo de la novela es impactante, el final es de infarto. La inteligencia de Julio Murillo, su modélico y puntilloso estilo narrativo, así como la idoneidad, hoy, de ese tema, hacen de Shangri-la una nueva obra maestra.
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Shangri-la, o cómo dejar sin aliento al lector en 540 páginas.
A este ritmo nos va a dar algo. Con la mejor de las intenciones, claro, pero a este ritmo este hombre conseguirá que, un día de éstos, nos de un patatús. Varios son, pero principalmente dos, los motivos de ese más que posible jamacuco:
Uno, por el ritmo de escritura: con Julio Murillo vamos a libro (publicado) por año (y pongo lo de 'publicado' entre paréntesis para señalar que son más los que hay a un mismo tiempo: un par, mínimo, en los que anda cavilando a buen recaudo bajo la mollera, más el libro en el que, sabemos, está actualmente trabajando),
y, dos, por el ritmo de narración: en Shangri-la el tempo es tan preciso y tan endiabladamente rápido, y la intriga tanta, que de muy buen comienzo el que lee queda atrapado por el quién, el cuándo, el dónde, el cómo y el porqué de unos hechos que ponen en duda todo cuanto sabemos, o pretendíamos saber, de la Historia más reciente de este mundo en el que nos ha tocado vivir, dejando más de una verdad incontestable panza arriba con todas sus vergüenzas al aire. Tal vez la II Guerra mundial no terminó en 1945, tal vez Churchill, Stalin y Truman optaran, en la Conferencia de Postdam, por silenciar un hecho terrible e inquietante...
De la mano de sus tres protagonistas (Eilert Lang, biólogo investigador de la expedición Millenium Research 2000, Simon Darden, periodista de The Guardian y Elke Schultz, primera violín de la Berliner Philharmonie) el lector queda fascinado, deliciosamente, por una trama argumental tan afinada y perfecta como la música de un Stradivarius en manos de Niccolò Paganini (o, por tenerla más a mano y estar más que buena, de la virtuosa Elke Schultz ).
Shangri-la es un thriller fascinante que se devora (o te devora) en pocos días (el record está en 12 horas de lectura ininterrumpida, tan sólo haciendo pausas para comer y cometer actos impuros, -no diremos quién, no nos gusta señalar-). Queda uno sin resuello mientras pasa las páginas de Shangri-la, durante toda su lectura, hasta que no se llega al último punto que pone fin a la última frase de la novela.
Las Autoridades Sanitarias deberían advertirlo en la contraportada de sus libros: LEER A JULIO MURILLO CREA ADICCIÓN.
Sea la literatura una droga buena en la que deberíamos caer siempre. Peccata minuta.
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